lunes, 28 de septiembre de 2009

Historia del arte y la luchas de clases



El autor de la obra “Historia del arte y lucha de clases”, Nicos Hadjinicolaou, analiza las variantes de lo que él llama la ideología burguesa del “arte”. Asevera que, en la práctica, dichas variantes conforman la disciplina denominada “historia del arte”. Sostiene que existe una profunda crisis en la “ciencia” de la historia del arte como una disciplina y que no logra salir del estado vegetativo en que se encuentra desde su nacimiento. El historiador, según él, se halla ante la imposibilidad de ejercer su profesión de una forma científica. Los califica de “parias” del oficio. Es por ello, asegura, que sintió la necesidad de enfocar la historia del arte desde otro punto de vista. Lo hace desde la óptica de un creyente marxista. Para respaldar sus aseveraciones cita algunas obras de los que llama autores burgueses. Entre ellas, “Historia del Arte” de la casa editorial Julliard, “La crisis del renacimiento” de André Chastel y la colección “Artes-Ideas-Historia” de las Ediciones Skira. Recalca que los editores: “Han comprendido que deben hablar de todo, en términos escogidos, sin decir nada”. Hace hincapié en el hecho que dichos autores y casas editoras están influidos por un espíritu de síntesis y los cita textualmente: “Corresponde a las preocupaciones de nuestro tiempo” y que (…) “analizan la situación de las diferentes artes en el espíritu, la sensibilidad de una época, hace comprender mejor la actividad y el papel del artista, mostrando las fuentes sociales, literarias, filosóficas de su inspiración. La creación artística, las interrogaciones del espíritu, la invención cotidiana se hallan confrontadas y asociadas de tal modo que se ofrezca al lector una imagen completa del genio creador de las grandes épocas”. Luego, manifiesta que con toda esa palabrería fantasmagórica se lleva a cabo el buen consumo del “arte”. Asevera que los autores “burgueses” no deben confundir su tiempo y el nuestro. Los acusa de falsificadores y de transmitir tenazmente los valores de las clases dominantes a través del inofensivo “amor al arte”. Posteriormente, indica que es necesario introducir determinados conceptos, tales como, “lucha de clases”, “ideología”, “ideología en imágenes”, “ideología en imágenes crítica” e “ideología en imágenes positiva”.

El autor enuncia que: “La historia de toda sociedad, hasta el presente, es la historia de la lucha de clases”. Cita estas palabras que, originalmente, fueron escritas por Marx y Engels y publicadas en el Manifiesto Comunista en 1848.

Menciona que se limitará a analizar únicamente lo que llama: “la producción de imágenes, con la esperanza de sus palabras sean utilizadas en los estudios de otras ramas de las producciones artísticas”.

A continuación plantea una serie de preguntas, esto es: “¿Afecta la lucha de clases a este tipo de producción? ¿Se entabla la lucha de clases en todos los dominios o, por el contrario, existen campos privilegiados, santuarios en donde este “virus” no llega a penetrar? ¿La historia de la producción de toda la sociedad hasta nuestros días es una historia particular de la historia general de la lucha de clases? ¿Es la producción de imágenes uno de tales campos relativamente autónomos?”. Dice: “Para contestar esta última pregunta, sería preciso, naturalmente, demostrar la existencia efectiva de una ideología de clase a nivel histórico”. Luego, hace la siguiente pregunta: “¿En que consistiría, pues, la especificidad de esta historia particular que es la historia de la producción de imágenes?” En seguida dice: “La respuesta a esta pregunta será la respuesta a la vez la respuesta a esta otra: ¿Es la producción de imágenes una práctica de clases? y ¿cuál es el objeto de la ciencia de la historia del arte?”.

Responde la última pregunta, afirmando: “(…) la comparación entre los conceptos de las dos teorías: La teoría general de la historia (el materialismo histórico) y la “teoría” de la disciplina de la historia del arte”.

Posteriormente asevera: “Es indispensable resumir en unas cuantas páginas los conocimientos que nos procuran los conceptos ‘clase social’, ‘lucha de clases’ e ‘ideología’”.

Continúa: “Sabemos desde Marx y Engels que toda formación social está compuesta de tres niveles específicos (a los qué llaman también instancias o dominios). El nivel económico, el nivel político y el nivel ideológico”.

Enfatiza que esta articulación no es simple, sino compleja. Así, la imagen del edificio con una infraestructura (económica) y una superestructura (político-ideológica) no basta a representar esta complejidad. Inmediatamente, afirma: “Es el nivel económico el que es determinante en última instancia”.

Asegura que las clases sociales son el efecto del conjunto de sus niveles y de sus relaciones, en este caso: 1) del nivel económico, 2) del nivel político; y 3) del nivel ideológico.

Asevera que la determinación en última instancia de lucha económica de clases (referencia a las relaciones de producción) en el dominio de las relaciones sociales puede reflejarse por un desplazamiento del papel dominante a otro nivel de lucha de clases (lucha política, lucha ideológica). La lucha de clases, de cualquier naturaleza que sea apela a conceptos propios, especialmente a los de “intereses” de clase y de poder.

Posteriormente, recalca que la ideología es un conjunto de coherencia relativa, de representaciones, valores y creencias; exactamente lo mismo que los hombres participan en una actividad económica y política, participan también en actividades religiosas, morales, estéticas y filosóficas.

A continuación habla de la ideología y la clase dominante. Menciona que es una lucha “sin antagonistas”, “un combate sin combatientes”. Simplemente es afirmar “los valores” de una clase, los cuales no tienen “nada que ver” con la política y la división de la sociedad en clases.

En seguida enfoca su atención en lo que llama la ideología y las regiones o formas ideológicas. Luego, sostiene que la región o forma dominante del nivel ideológico es la que precisamente cumple mejor, por numerosas razones, esta función particular de disfraz.

En la siguiente parte del ensayo asevera que las clases sociales y la lucha de clases no figuran en las imágenes y que la producción de imágenes es una práctica de clase.

Entonces, asevera que la ideología de una imagen no es su contenido. Rotundamente sostiene que nadie puede negar que la historia del arte como disciplina “científica” ha estado dominada, desde sus orígenes, por la ideología burguesa.

Al concluir esta fase de su exposición, sostiene que la ideología burguesa del “arte” está compuesta de los elementos siguientes: 1) bajo la denominación “arte” se han reagrupado únicamente las obras consideradas como “mayores”. Las obras consideradas como “menores” son ignoradas; 2) las “obras de arte”, hechas por genios creadores, representan el espíritu homogéneo de una época y la herencia de la humanidad entera. Las ideologías globales de las clases sociales son ignoradas; y 3) la pareja de las nociones forma-contenido, cuya forma está cargada de los “valores estéticos”. La relación entre los estilos y las ideologías globales de las clases es ignorada.

A continuación hace la siguiente pregunta: “¿En nombre de qué principios vamos a proceder al examen de los mencionados obstáculos?”. Y responde: “Es en nombre del materialismo histórico y por cuenta de la historia del arte (que sigue siendo un disciplina científica en gestación) como hay que interrogarse sobre la relación que mantiene la imagen con su productor”.

Sostiene que en las disciplinas históricas opera cierta ideología, por lo general no confesada, del papel del individuo en la historia.

Luego, afirma que las concepciones particulares de la relación artista-obra gravitan todas en torno de una concepción general. Habla de que en el interior de esta concepción general la explicación psicológica (la personalidad del artista), la explicación psicoanalítica (el inconsciente del artista) y la explicación llamada “por el medio” (el ambiente del artista). Descalifica la explicación psicológica sobre la base que el psicologismo vulgar hizo estragos antes de la existencia misma de la psicología. Además, asevera que considerar el conocimiento de los móviles de la producción de una obra como conocimiento de la obra es un error de los análisis psicológicos en el dominio de la historia y de la historia del arte en particular.

En seguida sostiene que un aspecto primordial de la psicología del arte es el estudio del efecto psicológico que producen las obras de arte así como el análisis de todas las formas de arte, determinadas por este efecto. Dice, de acuerdo con Richard Müller-Freienfels, que distingue cuatro funciones psíquicas que intervienen en la apreciación estética: 1) Las funciones sensoriales-receptivas; 2) las funciones motrices-reactivas; 3) las funciones imaginativas-asociativas; y 4) las funciones lógicas-reflexivas.

Igualmente descalifica los análisis de Sigmund Freud, al citar las palabras del psicólogo austriaco: “El psicoanálisis ha logrado resolver también satisfactoriamente algunos de los problemas enlazados al arte y al artista. Otros escapan por completo a su influjo”.

Puntualiza que I. Sapir y Wilhelm Reich insistieron, en los años 1929-1930, sobre la importancia del psicoanálisis como ciencia del individuo; pero que ambos negaron (en grados diferentes y con matices importantes) la aplicación del psicoanálisis a “hechos sociales”.

Sigue diciendo: “La interpretación sociológica conduce a conclusiones diferentes a las de la interpretación psicológica; aquella conduce al reconocimiento de las leyes que rigen la sociedad dividida en clases, ésta a su encubrimiento”.

Continúa aseverando: “Hablando con propiedad, no hay ni puede haber una psicología de la imagen o un psicoanálisis de la imagen. Pero puede haber una psicología y un psicoanálisis de los productores de imágenes”.

Refuta los conceptos de Hippolyte Taine por el hecho que éste era un admirador de Friedrich Hegel, quien fue el representante de la cumbre del movimiento del idealismo filosófico y un revolucionario de la dialéctica, y asevera que Taine no puede realmente comprender ni la verdadera significación del “estilo”, ni la “lucha” entre los “estilos”. Insiste en el hecho que sus conceptos son necesariamente vagos y no permiten la producción de ningún conocimiento científico. Él, según el autor, reproduce, simplemente, la ideología de la burguesía liberal.

Recalca el hecho que no debe confundirse la historia del arte con la historia de los artistas. Por el contrario, si: 1) Se sustituye el análisis de la “personalidad” de un individuo histórico por el análisis de resultados de su acción y si: 2) se subordina tal análisis al objeto de una historia que, a su vez, tiene un derecho de existencia científica, se podría entonces utilizar todos estos análisis parciales para aclarar un poco los objetos de estas historias legitimas.

Contundentemente, asevera: “Así, según este esquema, unas obras llamadas de “síntesis” están construidas en confuso montón de migajas de psicología, migajas del psicoanálisis acumulado en estos últimos 20 años, una enumeración de los acontecimientos políticos-sociales contemporáneos de las obras (quedando a la discreción del autor la elección de esos acontecimientos), una enumeración de los artistas de la época, algunas descripciones de las “obras maestras; todo ello en forma biográfica”.

Sostiene que la concepción de la historia del arte como historia de los artistas forma parte de la ideología burguesa. Cita a Max Weber y a R. H. Tawney, al inicio de la época capitalista, que afirmaban que una corriente religiosa podía insistir sobre el papel del individuo y sobre su omnipotencia terrena como glorificación de Dios.

Insiste en puntualizar que la ideología del hombre-creador es la ideología burguesa constante en todas las formaciones sociales con dominante capitalista.

El autor da por sentado que los hechos dan soporte irrefutable a las premisas que establece en su ensayo. Basa toda su investigación en el materialismo dialéctico.

Vale la pena, antes de continuar, en investigar quien postuló, no sólo la existencia de un conflicto central en toda sociedad organizada políticamente, sino que tal conflicto tiene un poder explicativo. Quien concibió esta idea fue Nicolás Maquiavelo que aseveró que el conflicto se origina en los “tipos de vida” que se encuentran en un Estado organizado políticamente: El del pueblo y el de “los grandes” (los que gobiernan al pueblo).

Posteriormente, ese conflicto empezó a percibirse como basado en clases sociales, entendidas como relaciones de propiedad. Jean Jacques Rousseau dijo en 1754: “El primer hombre al que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir ‘Esto es mío’ y encontró gentes lo bastante simples como para hacerle caso, fue el verdadero fundador de la Sociedad Civil”.

François Quesnay en 1758 publicó el primer tratado fisiócrata, en la cual dividió a la sociedad en lo que llamó “clase productora” (la basada en las actividades agrícolas) y las clases no-productivas y explotativas (militares, académicos, funcionarios políticos y estatales, los nobles y privilegiados, etcétera).

La Revolución Francesa vio la propiedad desde otra perspectiva y la aparición de un nuevo actor en la escena político-social, esto es, los que carecían de toda clase de bienes materiales.

John Stuart Mill era un filósofo, político y economista inglés. Fue, además, un representante de la escuela económica clásica y teórico del utilitarismo. Examinó fríamente el fenómeno de las “clases desposeídas”. Dijo: “(…) Las doctrinas fundamentales que una vez se asumieron como incontestables por las antiguas generaciones son de nuevo puestas a juicio. Hasta el presente la institución de la propiedad, en la manera en que nos ha sido legada desde el pasado, no había sido, excepto por algunos escritores especulativos, seriamente cuestionada, porque los conflictos del pasado habían sido entre clases, ambas de las cuales tenían un interés en la constitución existente de la propiedad. No será posible continuar de esta manera. (…) ciertamente no el principio de propiedad privada, cuya legitimidad y utilidad es cuestionada por algunos de los pensadores que miran desde el punto de vista de las clases trabajadoras (…). Esas clases ciertamente demandarán que el sujeto sea examinado desde su fundación”.

El sociólogo conservador alemán, Lorenz von Stein introdujo la frase “lucha de clases” en el vocabulario político moderno.

Pierre-Joseph Proudhon, filósofo, político y revolucionario francés, fue uno de los padres del pensamiento anarquista. Aseveró en su obra Principio Federativo: “Todos los gobiernos de hecho, cualesquiera que sean sus motivos o reservas, están reducidos a la una o la otra de estas dos fórmulas: Subordinación de la autoridad a la libertad o subordinación de la libertad a la autoridad”.

Carlos Marx y Federico Engels sostenían que “la lucha de clases es el motor de la historia. En contraposición a esa premisa, el escritor cubano, Arnoldo Águila afirma que el Marxismo personifica las categorías que inventa: El concepto abstracto de “clase”. Plantea la pregunta: “¿Qué es clase?”. “De entrada es un grupo de seres humanos, pero ¿es un ente social con unidad suficiente para accionar, para ser un centro de relaciones?”. Responde: “Para que fuera un ente social, tendría que tener un predominio de las fuerzas de atracción mayor que el de las fuerzas de repulsión y cierta estructura, para constituir un ente piramidal que reaccionaría con homogeneidad suficiente para tener una existencia como ente y no como un conjunto transitorio de individualidades, como una clasificación o categoría abstracta o un término para describir una función social”.

A continuación afirma: “El marxismo-leninismo se caracteriza por darle vida artificial a todas las categorías que inventa, burguesía, proletariado, dictadura de la burguesía, dictadura del proletariado, plusvalía (como materialización del robo que hace el burgués), lucha de clases, y luego pinta, sin tener en cuenta la evolución histórica de cada etapa, con los colores más negros a los esclavistas, a los señores feudales, a los burgueses como ‘explotadores’, concreción de todo lo malo, ya los esclavos, siervos y proletarios como ‘explotados’, concreción de lo bueno hecho víctima. Luego termina la personificación, pintando a los proletarios como los ‘redentores’ que acabarán con las ‘clases’. Esta personificación y cosificación de cualidades, calificaciones y categorizaciones que son abstractas, es una verdadera caricatura de la realidad concreta, de la historia de la humanidad, sin base científica alguna”.

Continúa: “(…) hablar de ‘clase burguesa’ es hablar de una abstracción y no de un ente concreto y desnuda la caricatura que hace la literatura marxista que los dibuja como ‘vampiros’ (…)”.

Asevera que la prueba más evidente del carácter caricaturesco de la categoría ‘proletario’, es que el marxismo le asignó el papel de ‘redentor’ a esta clase social y le asignó el papel dirigente en la conquista del poder y en el socialismo. Lenín se percató que si esperaba que el proletariado asumiera su papel asignado por el marxismo se iba a morir de viejo esperando y creo, entonces, el Partido de Nuevo Tipo y (…) luego sustituyó la imposible dictadura del proletariado (…) por la dictadura del partido militarizado.

Arnoldo Águila afirma que el verdadero motor de la historia es la imaginación. Lo ilustra, afirmando que nuestra filosofía dice que la diferencia fundamental del ser humano con los animales más próximos es la imaginación, la capacidad de alterar el reflejo que se produce en el cerebro de la realidad, la capacidad de manipular información, la capacidad de manipular y generar información sin estar presentes estímulos exteriores.

A continuación sostiene: “El motor de la historia desde que el ser humano se convirtió en tal ha sido la lucha del individuo por incorporar lo que ha imaginado, a la cultura del grupo del que forma parte. A medida que el grupo es más apto para estimular y asimilar esos aportes, la cultura se enriquece más, a costa de aumentar el individualismo y, por lo tanto, las fuerzas disociadoras sociales. A medida que el grupo es menos apto de realizar lo anterior, la evolución se estanca o se hace lenta, pero el grupo mantiene una fuerte unidad como tal. Es por ello que Atenas aportó más a la humanidad que Esparta y por que Esparta fue más fuerte”.

Ludwig von Mises cuestiona el concepto de clases, por lo menos en el sentido que va de Rousseau a Marx, como basados o definidos por factores económicos, afirmando que lo determinante en la oposición percibida en el factor político-ideológico, que habría creado tal oposición.

Dice: “Si se quiere aplicar el término ‘lucha’ a los esfuerzos que hacen las personas que se enfrentan en el mercado, para asegurarse el mejor precio posible en ciertas condiciones, entonces la economía es un teatro de lucha permanente de todos contra todos”.

Continúa: “Lo que ha podido agrupar a los trabajadores con fines de acción común, contra la clase burguesa, es la teoría de la oposición infranqueable de los intereses de clase. Lo que ha hecho una realidad de la lucha de clases es la conciencia de clases creada por la ideología marxista. Es la idea que ha creado la clase y no la clase quien ha creado la idea”.

Mijaíl Bakunin, en su libro Crítica al Marxismo asevera: “El Estado significa dominio y presupone el sometimiento de las masas y, en consecuencia, su explotación para beneficio de una minoría gobernante”. Aquí cabe añadir: Cualquiera que sea el sistema bajo el cual funciona el Estado, esto es, “capitalista”! o “comunista”.

El imperio creado por la Unión Soviética a partir del 25 de octubre de 1917 y que se consolidó al concluir la II Guerra Mundial, se empezó a resquebrajar el 09 de noviembre de 1989 con la caída del Muro de Berlín. Continuó derrumbándose en el año 1990 cuando Lituania declaró su independencia; posteriormente, el 08 de diciembre de 1991 Rusia, Ucrania y Bielorrusia se separaron de lo que fue el Estado Soviético; el 21 de noviembre de ese mismo año se separaron Estonia, Letonia y Moldavia y, después, el resto de las repúblicas que en un tiempo formaron parte de lo que, en un tiempo, fue la Unión Soviética. El Imperio Bizantino duró más 1,100 años. El Sacro Imperio Romano duró 844 años. El Imperio Soviético, por contraste, no duró ni 100 años.

Vale la pena puntualizar algunas de las inconsistencias del marxismo-leninismo. Se habla de establecer la dictadura del proletariado y, por lo menos, en un caso, a un país con un régimen de esta naturaleza se le llamaba República Democrática Alemana (DDR). En que quedamos, ¿era una dictadura o una democracia? Da que pensar, ¿no es verdad?

Cabe plantear la pregunta: ¿Son válidas las premisas que se formulan sobre la base del materialismo dialéctico?